pOR JOSÉ MARÍA SIFONTES*
Viernes, 3 de Febrero de 2012
Cada año participo en las entrevistas y selección de aspirantes a estudiar Medicina. Se revisan récords académicos, se hacen pruebas de personalidad y de inteligencia. Se indaga sobre actitudes, principios y valores. Incluso se explora la estabilidad emocional del aspirante, que será necesaria para soportar los rigores de su futuro trabajo. Para esta carrera es esencial tener vocación, pues sólo así se toleran los obstáculos que a cada paso se encuentran. El ejercicio de la Medicina es una mezcla de arte y ciencia, y se debe poseer potencial para ambas.
Durante las entrevistas surge la ineludible pregunta: ¿Y usted, por qué quiere estudiar Medicina? Las respuestas que he recibido a lo largo del tiempo tienen un denominador común, que nunca ha dejado de emocionarme, y que me hace seguir teniendo fe y esperanza en el género humano. Son respuestas que indican deseos de ayudar a otros, de aliviar el sufrimiento, de contribuir, aun a costa de sacrificios, al bienestar de los semejantes. Las expresan jóvenes llenos de ilusiones, que han tomado la decisión de dedicar su vida a hacer el bien a los demás.
Saben lo que les espera, están claros que el camino es largo y que no está precisamente alfombrado de rosas, pero están dispuestos a aceptar el reto. Y en efecto, el camino es largo, muy largo y difícil, se lleva de encuentro la juventud y con ella los mejores años de la vida.
Estudiar Medicina es algo antinatural, inhumano; pues no es natural ni es costumbre humana normal dormir tres horas por noche, comer con el libro a la par del plato, bañarse repitiendo mentalmente fórmulas bioquímicas o nombres de huesos, y ver una simple siesta como un lujo que no puede permitirse.
El arte se va adquiriendo, y en buena parte ya se trae. Surge de la sensibilidad, de los valores que se adquieren en la niñez, y del respeto hacia la vida en todas sus manifestaciones. La ciencia hay que aprenderla. Dedicación y perseverancia son imprescindibles para asimilar montañas de información. El cerebro trabaja a su máxima capacidad y al cuerpo se le extrae hasta la última gota de energía.
Los amigos se van al cine y el futuro médico se queda en casa pegado a sus libros. La familia decide irse al mar y él se queda. Para todos, el día ya ha terminado y se preparan para dormir, para él apenas comienza el trabajo.
En los hospitales a la fatiga mental se une el agotamiento físico. Ayudar en una cirugía que comienza a las dos de la mañana, un parto en plena madrugada, un tema para exponer a medianoche. Los estudiantes de Medicina no duermen, y paradójicamente son excelentes dormidores. Son capaces de quedarse dormidos de pie, agarrados de un poste, en medio de un terremoto. Y la costumbre de tanto desvelo se afianza convirtiéndose en un hábito que dura toda la vida.
Los estudiantes de Medicina tienen lo que podría llamarse una "adolescencia prolongada". No son financieramente autosuficientes por largo tiempo. Mientras los compañeros de escuela ya trabajan ellos apenas van a la mitad del camino.
Vaya este artículo como un reconocimiento a quienes han decidido seguir un camino que para otros sería una tortura. Para los que han escogido una carrera que da muchas satisfacciones pero a costa de privaciones e incomodidades. Para los que creen que dedicar la vida a ayudar a otros vale la pena.
*Médico psiquiatra.
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